Cuando Alix abrió los ojos, una muchachita diminuta, del tamaño de una niña, pálida cubierta de cabeza a muslos con un hermoso manto de cabello rojizo como el pétalo de una rosa... rosa.. Rose
pensó Alix, para inmediatamente echarse a reír, Rose nerviosa y aun sintiendo el picorcillo de la magia en sus nuevos miembros también estalló en carcajadas.
-Tengo frío.- dijo Rose y sus tripas crujieron denotando que no era solamente frío lo que sentía, asustada por sus nuevas reacciones corporales Rose, pegó un saltito y al no estar acostumbrada a poder moverse o tener piernas inevitablemente se precipitó al suelo.
-Mi maceta! Me he roto! Dónde esta mi maceta? ayúdame Alix!!.- sollozaba en el suelo la pobre flor.
-Tranquila.- la reconfortó ésta.- todo está bien, Rose ya no necesitas la maceta, ven, apoyate en mis manos, te ayudaré a incorporarte, vamos, sólo son cuatro pasitos hasta el lecho, no voy a soltarte, tranquila, puedes hacerlo.- Alix dijo todo esto en un susurro tranquilizador y con suaves movimientos ayudó a la flor a ponerse en pie y dar sus primeros pasos hasta aferrarse temerosa a uno de los cuatro apoyos labrados que formaban el dosel de su cama. Allí, la sentó sobre la mullida superficie y el sentido del tacto de Rose también tuvo su primera toma de contacto al recostarse.
Rose era como una niña y no lo era a la vez pensó Alix, no sabia nada del mundo y todo debía serle explicado como si de un bebé se tratase, pero aun así, Rose no era una niña, sabía cosas, secretos de flores como ella misma admitiría en alguna ocasión.
Estuvieron todo el día arreglando a Rose, primero, Alix tuvo que bajar hasta las cocinas sin ser vista por ningún criado, y robar unas tijeras, después de arreglarle el cabello Rose se veía preciosa, una cascada de ondas carmesí con las puntas doradas le enmarcaba el rostro y la espalda, mas complicado fue convencerla de meterse a la tina y bañarla, sin revelar el motivo Rose lloró amargamente mientras Alix con suavidad la mojaba con agua templada y con un trapo y jabón que ella misma había aprendido a hacer con viejas recetas a base de grasa y esencias de lavanda y bergamota.
La piel de la flor era blanca como la nieve, Alix se preguntó mientras la secaba con un lienzo por qué no tenía ni un sólo vello en el cuerpo, cejas, pestañas, la divina cabellera, pero nada más, ni un triste lunar que rompiera la perfecta blancura en su piel.
Encontrarle vestimenta fue otro cantar, Rose era mucho más delgada y menuda que Alix. Sobre el lecho se veían un enorme amasijo de vestidos, falda, corpiños, camisas, blusones y demás prendas descartadas.
Desesperada, Alix se sentó en el lecho con la cabeza entre las manos, pensando, tal vez podría robar algún vestido de las criadas, algunas de ellas eran niñas de diez años o menos la talla justa de Rose al parecer, un relámpago de rabia cruzo su mente, ella quería presentarla a su padre debidamente, no disfrazada de una vulgar sirvienta, enfurruñada, sintiendo que había fallado otra vez, levantó la cara hacia el infinito, lo justo para ver como Rose se metía por la cabeza un camisón viejisimo suyo y del cual ignoraba su existencia.
-Alix!!.- Rose acudió entusiasmada.- este me queda bien, no me cae, ves?..
-Rose, eso es un camisón no puedes...- Alix se quedó a media frase, se le acababa de ocurrir una idea, como un trueno salió disparada de la habitación no sin antes cerrarla con llave por si acaso.
subió al galope las escaleras hasta llegar a la puerta de servicio oculta tras una pared con mecanismo, lo activo girando una perilla de la pared que a cualquier extraño le habría parecido un adorno sujeta cortinas y accedió a los húmedos y lúgubres pasadizos, aquí no había moquetas ni candelabros de luz cálida, de hecho hacia muchísimo frío y las paredes rezumaban agua y humedad desde siempre, Alix sabia a dónde iba, no tenía miedo, atravesó el pasillo lateral del ala de servicio hasta llegar al fondo donde un ojo experto como el suyo adivinaría los goznes y el marco de una puerta disimulada, del delantal, sacó aquella llave maldita del bolsillo de la bata, la puso en el cerrojo, se abrió inmediatamente cómo si alguna mano mágica la hubiera estado engrasando todos estos años.
Salió al exterior y como siempre, dejó por un momento que la fresca brisa del mar le arrebatase los ojos en lágrimas.
-Hoy no vengo por ti, no vengo a llorarte ni a odiarte madre.- Le susurró al viento, el mismo que se llevó esas pequeñas gotas traicioneras de sus ojos.
Se concentró, estaba en la cala por un motivo.
Dejó que sus recuerdos volvieran a ese día, sus músculos se tensaron por el dolor pero había entrenado demasiado su mente como para bloquearse por ello, la película se desenrolló en su mente como una serpentina de dolor, su mano, su sonrisa, su urgencia, su adiós.
Se tensó, olvidaba algo, un detalle, no lo obvio del recuerdo, otra cosa, algo que entonces no pareció importante, los ojos de Alix seguían cerrados, estaba sondeando muy profundo en sus memorias más dolorosas.
La caja labrada, el cofre del tesoro como lo había llamado ella siendo pequeña. Dónde?
Abrió los ojos, ya sabía dónde, al final de la playa, en un pequeño escondrijo, rió amargamente por sus propios recuerdos inocentes, ella había estado tan feliz, ella le había sonreído tan encantadoramente..
Alejando esos pensamientos se dirigió al lugar exacto, con una piromancia básica iluminó la diminuta caverna y entró en ella.
El fae naranja se movia a su arrededor iluminando su paso pero teniendo cuidado de no tocar a su ama,
Alix solía conceder en cierta forma cualidades humanas a todas sus manifestaciones mágicas, el pequeño fae era simplemente un fuego fatuo con habilidades más desarrolladas.
La caverna que ella recordaba pequeña y apretada, tenía un tamaño considerable, estalactitas y estalagmitas se cruzaba entre el suelo y el techo formando columnas y pasadizos.. En el techo naturalmente abovedado crecía una colonia de hongos reflectantes, pero a la luz del fae pyros parecían un montón de champiñones gigantes colgando del techo lánguidos y desanimados. Al final de la gruta se escuchaba agua cayendo, una cascada o un salto de río, Alix no lo sabia y aunque la curiosidad le hacia cosquillas por todo el cuerpo, recordó que Rose estaba sola en la recámara encerrada con magia.
Se posicionó en el centro del lugar y ordenó al fae hacer un barrido despacito, para que ella pudiese analizar la pared y dar con el escondrijo.
Por horas estuvo en la gruta, dando vueltas y palpando la roca desnuda, al final ya casi a punto de rendirse, tuvo una última idea loca.
Ordenó al fae apagarse quedando sola en la oscuridad por un instante, poco a poco, por el techo y las paredes de la gruta comenzaron a brillar pequeños líquenes y hongos que la cubrían, un falso manto celeste se desplegó sobre ella , tan sólo una parte rectangular de la gruta no emitía bioluminiscencia alguna.
Se acercó con prudencia, aun así al tocar la roca desnuda un chispazo le quemó los dedos.. Hechizo de ocultación y barrera, pensó para sus adentros, no parecía difícil de romper, seguramente algún aprendiz había pasado su examen haciendo ésta chapuza.
Se concentró, cerrando sus ojos sintiendo las fibras de las que estaba formado el sello mágico cómo quien acaricia suavemente una tela de araña, los tocó con su mente, con su poder, no quería ser convencido, era un conjuro masculino sin duda, harta de sutilezas Alix posó las dos manos sobre el rectángulo negro, quemaba pero aguantó firme, acercó sus labios a sus manos y firmemente su magia le ordenó al hechizo apartarse, funcionó, como siempre, tenía las manos un poco rojas y adoloridas pero el escondrijo estaba a la vista, un escondite mágico, se dijo, podría haber sido una bolsa de viaje dónde entrase una mansión con muebles y criados, esto era lo mismo, con resignación suspiró y remangándose metió la cabeza agachándose e impulsándose hasta pasar el cuerpo por la abertura cuadrada y estrecha, dentro del escondite estaba oscuro, la sala se iluminó cálidamente en cuánto el Fae se encendió de nuevo, estaban dentro de lo que parecía una caja de madera, no una caja no, una biblioteca gigante, las paredes del escondite estaba completamente forradas de estanterías oscuras de nogal antiguo en el centro del escondite un baúl enorme y robusto, adornado con bellas ondas talladas en la madera, dibujos que recordaban al mar y su movimiento ondulante, las esquinas de latón y la cerradura de orfebrería relucían cómo si de oro puro se tratase.
con precaución, acercó los dedos a la bella cerradura ya se había quemado una vez, podría tener otra trampa mágica esperándola.
Pero estaba limpia, la llave de la puerta también abrió el cofre,
Alix sabía que en ese receptáculo contenía todas las cosas de su madre y muchísimos secretos pero también había otra cosa, su vestido, toda la ropa que le tejió su madre y lazos y cintas que le gustaba llevar en el pelo, antes..
Por los pies se quitó una de las cuatro combinaciones que llevaba, metió dentro toda la ropa que pensó podria valer e hizo un hatillo con la tela blanca para transportarlo.
Pensó en dejar la caja donde estaba, pero nunca se había preocupado por aprender los rudimentarios usos de la magia ni practicar los encantamientos que su padre instruía a sus estudiantes, ella tenía un poder diferente, con leer una vez un hechizo podía lanzarlo, mutarlo o evitarlo, pero no recordarlo exactamente.
Además su padre se daría cuenta de inmediato, que fue ella y no otro el que había abierto la barrera porque ninguno de sus pupilos sería tan temerario de mutar un encantamiento que El nigromante hubiera lanzado.
Maldiciendo por lo bajo arrastró el barroco cofre afuera del escondrijo, y con una mueca de disgusto o resignación se teletransportó con todo y la caja dentro de su alcoba.
Rose pegó un grito, Alix acaba de materializase delante de ellacubierta de barro, lodo, o simple porquería, además portaba un batiburrillo cosas, algo que parecía ropa sucia y una enorme caja rara pensó Rose.